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martes, 6 de noviembre de 2012
Gilda, la abanderada de la bailanta
Gilda, La abanderada de la bailanta, es el último libro del escritor y editor Alejandro Margulis. A través de un viaje por la topografía de su vida, Margulis construye los escenarios y personajes de la historia de la mítica cantante.
Madre, esposa y laburante, Gilda es modelo de vocación y de lucha para un género que reconoce en la mítica cantante a una mujer que fue capaz de torcer su destino en una industria machista y corrupta.
El reciente libro Gilda, La abanderada de la Bailanta, de Alejandro Margulis, resulta una buena excusa para recordar a una heroína popular, como fue Miriam Alejandra Bianchi.
A partir de una serie de diarios íntimos, documentos y testimonios, algunos inéditos, como el de su marido, Raul Cagnin, Margulis reconstruye su biografía. Nacida en Devoto, desde muy chica se siente atraída por el arte, y estudia canto y danza. A los 12 años, por un personaje de televisión, decide que se llamará Shyll, como le dicen desde entonces su familia y amigos cercanos, que la alientan en cada reunión. Gracias a una de sus maestras, logra una presentación en un programa televisivo cuando cumple 16. Pero ese mismo año muere su padre y Shyll tiene que colaborar en casa. Estudia, trabaja, lleva las cuentas.
Un tiempo después se casa. Allí apuesta Shyll a un cambio de vida que no llega. Nace su primera hija, Mariel, y tiene que ocuparse de la familia. Pocos años después llega su segundo hijo, Fabricio. El hogar prospera pero ella se ahoga. Es un pájaro enjaulado que canta todo el día. Su marido reconoce su talento pero la desalienta: como el mismo admite hoy, es muy celoso. Y en el fondo, cree que está bien así, que Shyll se quede en casa, limpie y crie a los chicos.
Pero ella insiste. Y a escondidas de su familia se presenta en varias convocatorias para integrar agrupaciones. En una de estas ocasiones, conoce al músico Toty Giménez, quien produce su carrera artística. Sus inicios son, como los de cualquier artista, erráticos. No logra parar la olla con el canto, y da clases de gimnasia, maneja una camioneta escolar. Cualquier cosa resulta viable. Durante este tiempo, además, se enamora de Giménez. Shyll, de todas formas, decide con su marido mantener unida la familia.
Margulis contrasta distintas versiones de los inicios de Gilda, sin pretensión de legitimar ninguna. Es el propio esposo de la cantante quien afirma que muchas veces escuchaba a Shyll contar anécdotas distorsionadas, fantasiosas. “Ella inventaba muchas cosas. Me daba bronca al principio. Un día la apure y me reconoció que ella era así, un poco fantasiosa, y se mataba de risa. Ahí no la hinche más y me mataba de risa yo con ella. Que me iba a enojar”, recuerda ahora.
Con Giménez y sin él, Shyll recorre castings y visita a productores musicales. No es fácil: en el ambiente son frecuentes los abusos, sobretodo para mujeres jóvenes, desconocidas, y ambiciosas como ella. A fuerza de intentar, un día, la suerte cambia. La cumbia no fue para Gilda una elección: después de integrar algunos grupos la convocan para cantar en bailantas. Shyll no está muy convencida. Pero no deja pasar la oportunidad y prueba. Y entonces no para más.
Madre, esposa, laburante:el mundo de la música tropical, que tiene su auge a principio de los 90, no está preparado para ella. Triunfan mujeres como Gladys, la bomba tucumana, y Lía Crucet, que nada tienen que ver con su estilo. Dicen los productores que canta bien, pero es flaquita, poco exuberante. Shyll comienza a tocar en el interior del país, donde triunfa gracias a un público que la apoya desde el primer momento. También tiene mucho éxito en una gira por Bolivia. La popularidad que conoce a través del genero y el cariño de sus fans producen un quiebre en su percepción. Entiende que la movida tropical es el baile del pueblo. Compone nuevos temas, en los que reivindica el rol de la mujer, como Fuiste. Y piensa: “De alguna manera uno siente que el cantante tiene una función social que va mas allá de lo que es la diversión”. Ahí mismo, Shyll se convierte en Gilda.
El éxito es a partir de ese momento es una constante y empieza a rodearla el misticismo. Las madres le piden que toque a sus hijos enfermos, porque, según aseguran, ella cura. Esto la sorprende pero no la asusta: es consciente de lo que provoca y tiene carácter.
Gilda se sigue ocupando de su casa, aunque su marido ya no vive con ellos. Él enferma, y ella lo cuida, a pesar de estar separados. Ese fin de ano reúne a todos en su casa, Cagnin y Giménez incluidos. Levanta una copa y dice: “brindemos por los desamparados”.
El libro de Margulis recoge también un diario íntimo de la cantante, donde Gilda registra el amor del público, anécdotas de sus hijos y reflexiones personales. “Cumbia es alegre amor para los pueblos”, escribe.
Pocos meses antes del accidente que termina con su vida, Gilda empieza a percibir la muerte. Algunos hechos aislados, como la pelea con un productor violento, un extraño secuestro o la falta de frenos en una de las camionetas en que viaja con sus músicos la vuelven temerosa. Pero sigue trabajando con tenacidad, con fuerza, y con valentía. Planea nuevas giras, sigue componiendo.
La tarde del 7 de septiembre de 1996 Gilda parte rumbo a Chajari, Entre Ríos, junto a sus músicos y sus hijos. La esperaban en el boliche “La invasión tropical” pero nunca llega. En el accidente muere ella, su hija y otras cinco personas que viajan en la camioneta. Una multitud asiste a su entierro. El lugar del accidente se convierte en santuario, y Gilda, en un mito.
Madre, esposa y laburante, Gilda es modelo de vocación y de lucha para un género que reconoce en la mítica cantante a una mujer que fue capaz de torcer su destino en una industria machista y corrupta.
El reciente libro Gilda, La abanderada de la Bailanta, de Alejandro Margulis, resulta una buena excusa para recordar a una heroína popular, como fue Miriam Alejandra Bianchi.
A partir de una serie de diarios íntimos, documentos y testimonios, algunos inéditos, como el de su marido, Raul Cagnin, Margulis reconstruye su biografía. Nacida en Devoto, desde muy chica se siente atraída por el arte, y estudia canto y danza. A los 12 años, por un personaje de televisión, decide que se llamará Shyll, como le dicen desde entonces su familia y amigos cercanos, que la alientan en cada reunión. Gracias a una de sus maestras, logra una presentación en un programa televisivo cuando cumple 16. Pero ese mismo año muere su padre y Shyll tiene que colaborar en casa. Estudia, trabaja, lleva las cuentas.
Un tiempo después se casa. Allí apuesta Shyll a un cambio de vida que no llega. Nace su primera hija, Mariel, y tiene que ocuparse de la familia. Pocos años después llega su segundo hijo, Fabricio. El hogar prospera pero ella se ahoga. Es un pájaro enjaulado que canta todo el día. Su marido reconoce su talento pero la desalienta: como el mismo admite hoy, es muy celoso. Y en el fondo, cree que está bien así, que Shyll se quede en casa, limpie y crie a los chicos.
Pero ella insiste. Y a escondidas de su familia se presenta en varias convocatorias para integrar agrupaciones. En una de estas ocasiones, conoce al músico Toty Giménez, quien produce su carrera artística. Sus inicios son, como los de cualquier artista, erráticos. No logra parar la olla con el canto, y da clases de gimnasia, maneja una camioneta escolar. Cualquier cosa resulta viable. Durante este tiempo, además, se enamora de Giménez. Shyll, de todas formas, decide con su marido mantener unida la familia.
Margulis contrasta distintas versiones de los inicios de Gilda, sin pretensión de legitimar ninguna. Es el propio esposo de la cantante quien afirma que muchas veces escuchaba a Shyll contar anécdotas distorsionadas, fantasiosas. “Ella inventaba muchas cosas. Me daba bronca al principio. Un día la apure y me reconoció que ella era así, un poco fantasiosa, y se mataba de risa. Ahí no la hinche más y me mataba de risa yo con ella. Que me iba a enojar”, recuerda ahora.
Con Giménez y sin él, Shyll recorre castings y visita a productores musicales. No es fácil: en el ambiente son frecuentes los abusos, sobretodo para mujeres jóvenes, desconocidas, y ambiciosas como ella. A fuerza de intentar, un día, la suerte cambia. La cumbia no fue para Gilda una elección: después de integrar algunos grupos la convocan para cantar en bailantas. Shyll no está muy convencida. Pero no deja pasar la oportunidad y prueba. Y entonces no para más.
Madre, esposa, laburante:el mundo de la música tropical, que tiene su auge a principio de los 90, no está preparado para ella. Triunfan mujeres como Gladys, la bomba tucumana, y Lía Crucet, que nada tienen que ver con su estilo. Dicen los productores que canta bien, pero es flaquita, poco exuberante. Shyll comienza a tocar en el interior del país, donde triunfa gracias a un público que la apoya desde el primer momento. También tiene mucho éxito en una gira por Bolivia. La popularidad que conoce a través del genero y el cariño de sus fans producen un quiebre en su percepción. Entiende que la movida tropical es el baile del pueblo. Compone nuevos temas, en los que reivindica el rol de la mujer, como Fuiste. Y piensa: “De alguna manera uno siente que el cantante tiene una función social que va mas allá de lo que es la diversión”. Ahí mismo, Shyll se convierte en Gilda.
El éxito es a partir de ese momento es una constante y empieza a rodearla el misticismo. Las madres le piden que toque a sus hijos enfermos, porque, según aseguran, ella cura. Esto la sorprende pero no la asusta: es consciente de lo que provoca y tiene carácter.
Gilda se sigue ocupando de su casa, aunque su marido ya no vive con ellos. Él enferma, y ella lo cuida, a pesar de estar separados. Ese fin de ano reúne a todos en su casa, Cagnin y Giménez incluidos. Levanta una copa y dice: “brindemos por los desamparados”.
El libro de Margulis recoge también un diario íntimo de la cantante, donde Gilda registra el amor del público, anécdotas de sus hijos y reflexiones personales. “Cumbia es alegre amor para los pueblos”, escribe.
Pocos meses antes del accidente que termina con su vida, Gilda empieza a percibir la muerte. Algunos hechos aislados, como la pelea con un productor violento, un extraño secuestro o la falta de frenos en una de las camionetas en que viaja con sus músicos la vuelven temerosa. Pero sigue trabajando con tenacidad, con fuerza, y con valentía. Planea nuevas giras, sigue componiendo.
La tarde del 7 de septiembre de 1996 Gilda parte rumbo a Chajari, Entre Ríos, junto a sus músicos y sus hijos. La esperaban en el boliche “La invasión tropical” pero nunca llega. En el accidente muere ella, su hija y otras cinco personas que viajan en la camioneta. Una multitud asiste a su entierro. El lugar del accidente se convierte en santuario, y Gilda, en un mito.
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