Lo vi a Ariel con los ojos hinchados y rojos de tanto llorar, y cuando me enteré el porqué, putié a los responsables de esa impotencia y dolor de un chico bueno de 13 años, que estudia todos los días del año, que dos veces por semana va a “entrenarse” con toda dedicación y gusto para así poder jugar un partido de fútbol en una cancha de once, como él dice.
El sábado tenía que estar a las 7,30 hs, en el pequeño Poli del Zorzal, jugaban a las 8,00hs. en el Poli Central, y ya a las siete estaba cambiado con su ropa para jugar un gran partido, con canilleras, medias, unos hermosos botines que su madre aún está pagando y esa ilusión: “es una cancha de once, donde nunca jugué, y a la mañana debe estar aún húmeda con rocío y va a estar buenísimo cuando corrés y te patinás en el pasto mojado”, eso comentaba Ariel, “no se olviden del carné ni de la plata que si no, no van a jugar” les recomendaba a su hermano Lautaro y al primo Pato, y se fueron a tomar el micro de la 720(los premiados) que los llevarían ese sábado a disfrutar de su gran debut en cancha de once.
Pero el partido comenzó y no estaba entre los titulares, tal vez comprensible, juegan once en cancha de once y pasaron los minutos y Ariel y Lautaro de espectadores y muertos de envidia porque sus compañeros sí corrían y patinaban en ese pasto húmedo por el rocío. Y terminó el partido y nunca entró, no pudo ensuciarse los botines nuevos que su mamá aún está pagando, ni probar si las canilleras aguantarían los golpes de los rivales y por ahí hubiese hecho un gol o por lo menos dar algún pase para sus compañeros o simplemente correr por el pasto húmedo por el rocío de la mañana.
Nada de eso sucedió y tuvo que esperar toda la mañana, que todos los equipos jugaran para volver y en su casa llorar (no lo puede hacer en la cancha de once) hasta ponérseles los ojos rojos, buscando una explicación, “voy todos los días a entrenar, no hago lío, porqué no puedo jugar”, la madre lo mira, ¿qué respuesta puede darle?
La respuesta querida mamá es que hay ineptos, a veces involuntarios que se creen grandes entrenadores, importantes personajes, que pueden hacer de un chico lo que quieren por sus simples caprichos o por su falta de preparación o por no poseer el más mínimo conocimiento de lo que hacen o aunque más no sea ese amor tan necesario para no herir a esa personitas que vaya uno a saber quien puso a su cuidado.
¿Quién controla que estas personas sean idóneas por lo menos para tratar con chicos, sin esperar que tengan conocimientos sobre ese deporte?, porque en este caso a Sebastián, de él estoy hablando, ni se entera que le pasa a un chico que no puede jugar aunque mas no sea quince minutos en una cancha de once. Pero sí sabe que el premio es un viaje a Chapadmalal, y para eso hay que competir, ganar y ganar, no jugar, hay que ganar, y si alguno llora, que se joda.
Cierta vez le pregunté a un profe de Educación Física, con diploma, porqué los entrenadores de fútbol le hacían hacer esos ejercicios tan fuertes a los chicos, me respondió: porque se ponen a hacer lo que no saben sin medir las consecuencias para la salud de los chicos y nadie los controla.
Y, lo que pasa mamá es que se vive de la mentira, ya institucionalizada, entonces hay que hacer ver que los chicos participan, juegan, hay polideportivos para ellos, con profes “preparados”, que esto es un lugar para todos, tengan o no habilidad para ese deporte, que hay que hacerlos participar con sus compañeros, que son cuidados, debe ser testimonial, usted me entiende.
Todo esto mamá es una mentira institucionalizada, aquí me llega un afiche brilloso con caras sonrientes, que hicieron esto y aquello y que si hoy estamos bien es por ellos (¡Cuánta mentira institucionalizada!) ¿Habrá que hacer varios monolitos y por lo tanto muchas plazas para recordarlos?
Pero no te hagas problema mamá, tus hijos no son los únicos que lloran por no poder jugar en una cancha de once y mojarse con el rocío de la mañana.
José Galván
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