El trío de Don Torcuato, una de las promesas más fuertes del pop-rock nacional, da muestras de su progreso. Todavía no llegaron a su techo.
De aquel debut fresco y teen que fue Airbag (2004), el trío de los hermanos Sardelli pasó gradualmente a la antesala de cierta madurez. Si en Quiero estar contigo, de aquel primer disco, pretendían irse con una chica a pasear bajo las estrellas, ahora hablan de morir entre las piernas de alguna desde Una hora a Tokio, su tercer álbum. Pero esa pretensión de madurez no se queda en lo anecdótico de una letra pícara, sino que Airbag controla sus influencias en lugar de dejar que sus bandas preferidas invadan su música y en la comodidad con la que insinúa moverse se revela como una promesa.
Aunque, tal vez, demasiado prolijo, Una hora a Tokio está plagado de un hard rock amigable -deudor de los más radial de Bon Jovi y hasta de Poison-, cuando bandas de una propuesta similar (los exagerados Moderatto, por caso) adoptan una postura paródica para no blanquear sus placeres culposos. El disco pretende una búsqueda con algunos aciertos y algunos tropiezos; así Guido (baterista) se pone en la voz en cinco de los doce tracks renovando la propuesta y Patricio (guitarra y voz) se sienta al piano para ensayar la enésima power ballad.
Resistidos por el grueso rocker, desde Mi sensación escupen con arrogancia Pero sé quién soy/ mucho más que un puto sueño/ que vos nunca alcanzarás. Cuando la otra propuesta "nueva" de Warner, Hijos del Oeste, convierte su disco Estalla en un muestrario de amigos de alto perfil (Juanse, Manuel Quieto), Airbag elige el capricho musical y llama al ex tecladista de Rata Blanca Hugo Bistolfi, desoyendo una vez más los preceptos del supuesto buen gusto. Suman en armonías vocales, en estribillos tarareables, pero vuelven a caer por culpa del exceso de "nena", "t" pronunciada como "ch" y otros lugares comunes innecesarios.
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