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lunes, 3 de marzo de 2008

Hollywood en Don Torcuato (primera parte)

De cuando Roger Corman y sus B-movies invadieron Argentina.
Sería erróneo e injusto intentar trazar la historia del cine de la última mitad del siglo XX sin tener en cuenta a Roger Corman. Figura clave del cine de bajo presupuesto, productor hábil y director inteligente, este hombre nacido en Detroit en 1926 estuvo involucrado en casi 400 películas desde principios de los cincuenta hasta hoy. Corman fue, además, una especie de iniciador de una nueva camada de directores y actores. A su lado, no sin limitaciones, dieron los primeros pasos algunas de las figuras más importantes del cine estadounidense de los últimos cincuenta años. Francis Ford Coppola, Jack Nicholson, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, Joe Dante, Monte Hellman y John Sayles son sólo algunos de los que pasaron por su "escuela". Como director realizó varias obras interesantes, como sus adaptaciones de Edgar Allan Poe (con Vincent Price en los protagónicos) y, sobre todo, esa joya del humor negro que es La tiendita del horror (The Little Shop of Horrors, 1960). Y en su rol de distribuidor demostró ser un tipo con sensibilidad artística: fue el responsable de que se exhibieran en Estados Unidos algunas películas de Federico Fellini e Ingmar Bergman. Primero en American International Pictures y luego con su propia productora, New Horizon Films (que fue cambiando de denominación según cuestiones legales y comerciales), Corman se movió siempre dentro del cine de bajo presupuesto, las denominadas películas clase B (B-movies) [1]. El título de su autobiografía, publicada en 1990, es muy claro en este sentido: How I Made a Hundred Movies in Hollywood and Never Lost a Dime (Cómo hice centenares de películas en Hollywood y nunca perdí un centavo). El 5 de abril de 1956 -casualmente, el día en que Corman celebraba sus 30 años- Fernando Ayala y Héctor Olivera fundaron en Buenos Aires la productora Aries Cinematográfica Argentina. Casi tres décadas después, a principios de los ochenta, sus caminos se cruzaron: Corman y Aries sellaron una curiosa asociación y entre 1982 y 1990 coprodujeron nueve películas de bajo presupuesto, de las cuales sólo una se estrenó comercialmente en los cines porteños. Así, veinte años después de la última producción estadounidense filmada en Argentina (Taras Bulba, de J. Lee Thompson, en 1962) los yankis volvían a las pampas, aunque esta vez con una iniciativa ajena a Hollywood. Se trata de una historia poco conocida y de la que no existen muchos datos en internet, menos aún en castellano. A tal punto que la usualmente infalible Internet Movie Database (IMDb) presenta varios errores e imprecisiones [2].
Espadas y brujerías
La mayoría de las realizaciones de Corman en Argentina intentaban aprovechar el éxito de Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1982), superproducción de Dino De Laurentiis y la Universal Pictures, con Arnold Schwarzenegger en su primer papel importante y algunos secundarios de prestigio (James Earl Jones, Max von Sydow). Se trata de un subgénero que en Estados Unidos denominan Sword and Sorcery (literalmente, espada y brujería). Pero aquí, en el tercer mundo, el asunto era bien diferente. En general se seguía una misma regla de producción: la filmación se realizaba en Buenos Aires y alrededores (muchos de los decorados se armaban en los Estudios Baires, en Don Torcuato, y los exteriores se filmaban en los bosques de Ezeiza); los protagónicos estaban en manos de actores estadounidenses y los argentinos ocupaban papeles secundarios y marginales; y a excepción de los puestos clave, la mayoría de los técnicos eran argentinos, aunque muchos aparecían con seudónimo en los créditos. El propio Olivera dirigió cinco de los films, y un par estuvieron a cargo de otro argentino, Alejandro Sessa, que hasta entonces sólo tenía experiencia como productor y fue clave para que Corman llegue a Argentina. Del resto se ocuparon directores estadounidenses. En mayo de 2001, en una entrevista con el diario La Nación, Olivera se refirió brevemente a aquella experiencia. "Soy absolutamente responsable de mis actos. Reconozco haber hecho bodrios en mi vida como director. Como las películas de encargo de Roger Corman, que eran imprescindibles para mantener abiertos los estudios (...) Nunca filmé con seudónimo...", dijo. Durante los años en que se mantuvo el acuerdo con Corman, Aries alternó entre producciones serias y con ciertas pretensiones, como La noche de los lápices (Olivera, 1986) y El año del conejo (Ayala, 1987), e iniciativas puramente comerciales, sin inquietudes artísticas, como las protagonizadas por Alberto Olmedo y Jorge Porcel: Los reyes del sablazo (Enrique Carreras, 1984), El Manosanta está cargado (Hugo Sofovich, 1987) y Atracción Peculiar (Carreras, 1988), entre otras. Afiches de 'La muerte blanca', 'Matar es morir un poco' y 'Negra medianoche'Los motivos de esta extraña asociación, que probablemente no cuente con antecedentes similares en el país, fueron estrictamente económicos. "Eran tiempos de una Argentina barata, de costos de producción muy bajos. El salario de un extra equivalía a tres dólares y Corman no podía desaprovechar esta nueva posibilidad", escribió Olivera en una columna de opinión publicada en Página/12 en 1993. Corman, que venía de trabajar con varios inconvenientes en Italia, México y Filipinas, realizaba films por unos pocos dólares que luego explotaba comercialmente en Estados Unidos, primero en cines (si llegaban a estrenarse) y luego en VHS, que ya contaba con un mercado más que interesante. Las condiciones de trabajo de los técnicos locales, como puede suponerse, no fueron las mejores, aunque en conjunto las realizaciones significaron una buena experiencia y una fuente de trabajo con bastante continuidad. El propio Corman habló del tema en 2002, cuando vino a participar del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, también en un reportaje con La Nación. En ese momento se refirió de la posibilidad de reeditar el acuerdo con Aries, lo que finalmente no prosperó. "Ahora que la situación cambiaria es ventajosa y teniendo en cuenta la excelente calidad de los técnicos argentinos es posible que retomemos ese esquema de coproducciones. Las cinco o seis que hicimos juntos durante los años ochenta y comienzos de los noventa tuvieron mucho éxito en Estados Unidos y hasta se estrenaron en salas, algo imposible en el contexto actual en el que este tipo de films se hacen directamente para televisión y el video hogareño". Y agregó: "Una de esas películas que rodamos aquí con Héctor, Deathstalker Stoker (sic), se convirtió en un film venerado por algunos cinéfilos y hace poco figuró entre los 50 mejores exponentes del cine de clase B en una importante encuesta realizada en internet". Ningún cinéfilo en sus cabales podría venerar seriamente las películas de la factoría Corman-Olivera. Son cutres, como dirían en España: producciones descuidadas, de mala calidad, con guiones flojos y actuaciones irrisorias. Los personajes tienen menos profundidad que el ataque de Instituto. No resisten el menor análisis, sobre todo la saga de sword and sorcery que comenzó en 1983 con El cazador de la muerte (Deathstalker), dirigida por el californiano James Sbardellati.
Tres policiales
La lista de técnicos argentinos involucrados en estas producciones es extensa. En algunas el vestuario estuvo a cargo de María Julia Bertotto, hija de la actriz María del Río y esposa de José Pablo Feinmann. En cuatro films se encargó de la música Oscar Cardozo Ocampo, muerto trágicamente en un accidente de autos en julio de 2001. Frecuentemente el director de fotografía era Leonardo Rodríguez Solís. Y siguen las firmas. Feinmann también fue de la partida y trabajó en los guiones de dos películas, ambas dirigidas por Olivera y que fueron directamente al video, tanto aquí como en Estados Unidos [3]. La primera fue Matar es morir un poco (Two to Tango, 1988), basada en su novela Ultimos días de la víctima, aunque ampliamente reescrita por la guionista estadounidense Yolande Turner. Don Stroud interpreta al asesino a sueldo que encarnaba Federico Luppi en la excelente versión de Adolfo Aristarain [4]; Adrienne Sachs y nuestro Duilio Marzio cubrieron los otros dos protagónicos. Nathán Pinzón se hizo cargo del efímero personaje de Julio de Grazia y también aparecen, en roles marginales, Pablo Novak y Adriana Salonia, entre otros argentinos. En su libro Pasiones de celuloide Feinmann se refirió a este trabajo: "Ultimos días de la víctima se filmó dos veces. Una de ellas permanecerá como una película bizarra hasta el extremo (lo bizarro de lo bizarro), con un guión perpetrado por una escritora yanki enviada por Roger Corman, que sólo sabía decir en español '¡Entre!' para indicarles a los del servicio de confitería que sí, que podrían entrarle su té con masas a la habitación en que trabajábamos, con Héctor Olivera sin muchas ganas, yo desorientado y escribiendo para la próxima cuota y, en fin, salió una peli de la que hoy, Olivera y yo, al menos, nos reímos cálidamente, como de esas cosas que pasan en la vida, y que pasan de tal modo que todo está destinado a salir condenadamente mal". Luego el escritor puso su pluma para el argumento original de la última realización de la dupla Corman-Olivera: Play Murder for Me (1990). Aunque en las bases de datos de internet figura como Negra medianoche, la edición local en video de Lucian Film salió con el literal Toca la muerte por mí. En el afiche destacan, arriba, los nombres de Rodolfo Ranni y Gerardo Romano, que en el momento del lanzamiento del VHS eran la parejita de la televisiva Zona de riesgo. Pero en realidad los protagonistas son Jack Wagner, que luego cobraría un poco de fama en la serie Melrose Place, y Tracy Scoggins, una modelo devenida actriz que tuvo su cuarto de hora en los ochenta como la hija de Charlton Heston en la serie Los Colbys (ramificación de Dinastía) pero nunca llegó a jugar en primera. También actúan el ignoto William Burns e Ivory Ocean, que años después tendría un papelito en Carretera perdida (Lost Highway, David Lynch, 1997). La idea de la película, un policial con clima muy noir, no es mala. Pero fracasa en la ejecución y tiene algunas escenas patéticas. La historia transcurre en Buenos Aires, aunque hay muchos interiores y pocas imágenes de la ciudad. Roberto "Fast" Fernández interpretó parte de la música y Hermenegildo Sábat realizó algunos dibujos que aparecen en pantalla. Además de los mencionados, entre los argentinos integran el elenco Marcos Woinsky [5] y Selva Mayo. Y tiene una breve aparición, diálogo incluido, una chica que por entonces recién empezaba y ahora es una estrella en la farándula local: Araceli González [6]. Dentro de la mediocridad general -siendo benévolo con el adjetivo-, probablemente la más ambiciosa haya sido La muerte blanca (Cocaine Wars, 1985), dirigida por Olivera y basada en un argumento de David Viñas reescrito por el guionista Steve M. Krauser. De hecho, fue la única de estas coproducciones que se estrenó comercialmente en las salas porteñas, el jueves 1 de agosto de 1985, con una pompa excesiva para lo que fueron las críticas. Relata la historia de un agente de la DEA que se infiltra en la organización de un productor de cocaína de un país América del Sur en el que planean dar un golpe de estado. Gran parte de los exteriores se filmaron en Salta y Jujuy. El protagonista es John Schneider, el rubio de la serie Los duques de Hazzard, y actúan Luppi, Ranni, Haydeé Padilla y Juan Vitali, entre otros locales. Para que se den una idea de la pobreza del film, el trailer lo promociona con el latiguillo "The super Duke is back". Hasta aquí no se ha escrito casi nada de las películas de magos, espadas y mujeres con poca ropa en las que se centró la producción de Corman en Argentina. Allí está, sin dudas, lo más bizarro, berreta y divertido de toda esta historia, que incluye violentas escenas de celos, accidentes casi mortales y hasta un asesinato. A no desesperar: será el tema de una próxima entrada. ■ [1] El término clase B surgió originalmente en los años treinta y cuarenta para designar a las películas que acompañaban, en doble función, a producciones más importantes, de clase A. La premisa puede resumirse en una frase, atribuida a uno de los hermanos Warner: "No la quiero buena, la quiero el martes". Esto no necesariamente habla mal de las películas: en general los equipos eran muy profesionales, de excelente solvencia técnica. Corman, por ejemplo, filmó La tiendita del horror en apenas dos días y tres noches, con resultados notables. Con el tiempo y los cambios en la forma de producción, comercialización y exhibición de films en Estados Unidos, la definición de B-movie se fue desvirtuando: hoy se denomina así a cualquier película de bajo presupuesto. [2] Las principales fuentes de este artículo, aunque no las únicas, fueron los libros Babilonia gaucha (Planeta, 1993) y Babilonia gaucha ataca de nuevo (Sudamericana, 1998), de Diego Curubeto, dos obras imprescindibles a las que se les dedicará una próxima entrada. De lo poco que hay en la web se puede consultar un artículo (en inglés) de Tamara L. Falicov, docente de cine y video de la Universidad de Kansas. Aunque algo tendencioso, cuenta con datos valiosos. [3] Según Amazon.com, seis de las nueve películas están editadas en DVD, aunque la mayoría figuran en el catálogo con la leyenda "Currently unavailable. We don't know when or if this item will be back in stock". ¿Cómo ver hoy estas curiosas producciones? En Buenos Aires se pueden recorrer los locales de los alrededores de la esquina de Junín y Tucumán en búsqueda de viejos VHS. Otra opción es buscar en algún programa P2P tipo eMule. Pero no esperen milagros. Y mucho menos subtítulos. [4] Feinmann ostenta un curioso récord: su novela Ultimos días de la víctima fue adaptada tres veces para el cine. Primero Aristarain (1982), luego la mencionada coproducción de Olivera. Por último, el director francés Bruno Gantillon readaptó la historia en Cuba y filmó Les derniers jours de la victime (1995). [5] Es llamativo el caso de Marcos Woinsky: trabajó en ocho de estas nueve películas. Pero también participó de casi todas las coproducciones que se hicieron en la época, como Luna caliente (Roberto Denis, 1985), Tango desnudo (Naked Tango, Leonard Schrader, 1991), La peste (Luis Puenzo, 1992) y Evita (Alan Parker, 1996), entre otras. [6] En YouTube se puede ver la breve escena en la que aparece Araceli González. También, en otro video, a Rodolfo Ranni y Selva Mayo, matrimonio en la ficción. No tienen buena calidad (el segundo está en blanco y negro), por lo que apenas valen como curiosidad.

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