 Un recorrido por la deslumbrante arquitectura de las quintas de veraneo que construyó la clase alta porteña en el siglo XIX. Pero también los centenarios edificios de los clubes de remo más tradicionales y los restos del patrimonio colonial del antiguo “Pago de las Conchas”.
Un recorrido por la deslumbrante arquitectura de las quintas de veraneo que construyó la clase alta porteña en el siglo XIX. Pero también los centenarios edificios de los clubes de remo más tradicionales y los restos del patrimonio colonial del antiguo “Pago de las Conchas”.
Alrededor del año 1830, los porteños de clase alta descubrieron las bondades de ese submundo que fluye llamado 
Tigre, donde comenzaron a construir casas de veraneo al estilo europeo. El crecimiento fue lento, hasta que el 1º de enero de 1865 llegó el primer
 tren desde Retiro a este tranquilo paraje llamado en su momento “
Pago de las Conchas”. El auge de la zona cobró un ritmo inusitado para la época, potenciado incluso por las epidemias de cólera y fiebre amarilla que azotaron a Buenos Aires, espantando a sus habitantes. Rápidamente, lo más granado de la oligarquía ganadera tuvo aquí su 
gran quinta que, en un principio, eran semejantes a los cascos de estancia y aun hoy siguen deslumbrando a todo visitante que pasee por en el casco histórico de Tigre. Esta área pertenece en teoría a 
Tigre continental, aunque si uno observa un mapa 
descubre que es también 
una isla con doce manzanas encerradas por los
 ríos Tigre, Luján y Reconquista, frente a la Estación Fluvial.
La 
época dorada de Tigre se ubica entre 1889 y 1916. Por un lado, los habitantes más antiguos –los tigrenses– edificaron
 casas tipo “chorizo”; por el otro, los porteños de alcurnia levantaban 
villas italianas que más tarde dieron paso al pintoresquismo 
anglo-francés. Algunas –la mayoría en pie hasta el día de hoy– son verdaderos palacios que se construyeron en gran parte con 
materiales importados de Europa, salvo los ladrillos. Incluso en muchos casos, la realización de los planos fue encargada a 
arquitectos extranjeros que jamás llegaron a ver su obra.
En 1890 se inauguró el suntuoso 
Tigre Hotel en la desembocadura del río Reconquista en el Luján, donde termina el Paseo Victorica. Allí transcurría gran parte de la vida galante de la alta alcurnia de la época y sus huéspedes eran los porteños que no tenían una quinta de verano en la zona. Justo al lado del hotel se inauguró en 1912 el 
Tigre Club, uno de los edificios más deslumbrantes de aquella época, actualmente en avanzado proceso de restauración, donde funcionó la primera ruleta del país. Con sus tejados de pizarra afrancesada, sus cúpulas rematadas en aguja, su portón de hierro forjado y su galería que conduce al río Luján, la majestuosa decadencia del edificio refleja todavía algunos esplendores de esos tiempos. 
Sólo faltan las damas con sus voluminosos vestidos y los hombres de traje negro que vitoreaban a los remeros con un pañuelo en alto, celebrando los triunfos en las famosas carreras de la década del ‘30. Pero esa vida brillante comenzó a apagarse cuando 
en 1933 el casino del Tigre Hotel fue clausurado por una ley que no permitía su existencia tan cerca de la Capital. Por esa razón, la ruleta fue trasladada a Mar del Plata, y detrás de ella se fueron los ávidos miembros de las clases acomodadas, quienes reemplazaron así el cercano río por las playas y el mar.
VIAJE A LA COLONIA
En Tigre 
quedan algunas pocas casas del período colonial que, sin embargo, son una fiel referencia de aquella arquitectura primitiva y reposada traída por los religiosos españoles al Río de la Plata. Esas líneas simples y sin alardes, que dejaban traslucir también algo del duro rigor germánico, de la dulzura italiana y del florilegio lusitano, se pueden observar en el 
Museo de la Reconquista (Liniers 818). Esta vieja casona, que perteneció a la familia 
Goyechea, sigue el modelo colonial –una simplificación de la casa pompeyana–, con una planta rectangular y un patio central rodeado de cuartos. El edificio, que fue construido en 1802 y reconstruido exactamente igual en 1945, todavía conserva las tejas musleras hechas “a la gamba”, sobre el muslo de los albañiles. Aquí pernoctó el 4 de agosto de 1806 el
 capitán Santiago de Liniers para preparar el
 ataque contra los ingleses que habían ocupado Buenos Aires. Por esa misma razón el lugar es hoy el Museo de la Reconquista.
Una de las salas más curiosas del museo es la de los uniformes militares, donde relucen los del cuerpo de los
 blandengues, de los
 patricios, los 
húsares, los 
miñones y los
 cazadores a caballo. En otra sala está la maqueta que representa la 
estrategia bélica de la Reconquista y también se exhibe una bandera que 
los blandengues quitaron a los highlanders escoceses en esa gesta. Además hay una sala dedicada al Tigre Club con objetos de la época, fotografías y cuadros.
En el casco histórico, el área que circunda la Plaza Rivadavia es una de las más relevantes arquitectónicamente. En la esquina de 
Esmeralda y Liniers sigue en pie una casa de estilo colonial puro en la que funcionó la 
aduana del puerto del Pago de las Conchas. La casa fue construida alrededor del 1800 por orden de 
Martín Sagastume, un renombrado miembro de la Cofradía de las 
Almas Benditas del Purgatorio. El edificio conserva todavía los techos cañizos (canas atadas con tientos de cuero) con tejas musleras y muros de 70 centímetros de espesor. También tiene una 
doble puerta esquinera con un pilar en el centro y dos hojas que se pliegan sobre sí mismas, 
una verdadera rareza colonial y una de las muy pocas que quedan en todo el país. Esta casa es una de las 
últimas construcciones coloniales puras que sobreviven en Tigre, ya que a fines del siglo XIX los porteños tenían reticencia por el período español. Ya durante el gobierno de 
Rivadavia se había dado un giro europeizante que comenzó por adosar fachadas italianas a las viejas casas coloniales. Más tarde, 
todo lo que parecía colonial fue descartado y muchos edificios terminaron demolidos.
UN PALAZZO VENECIANO
La 
máxima expresión de esa arquitectura de 
estilo italiano en Tigre es el 
Palacio San Marco –también conocido como 
Villa Venecia–, ubicado en la calle 25 de Mayo al 1608. Este pequeño 
palazzo veneciano es una verdadera joya arquitectónica del academicismo clásico italiano ligado al Renacimiento. Según se cree, perteneció al inglés 
Lucas Peacan Delzar y fue construido alrededor de 1890. El frente está decorado con 
estatuillas renacentistas, pequeños nichos con 
rostros mitológicos grecolatinos, cuatro columnas toscanas y escaleras y miradores de 
mármol de Carrara. Se supone que la casa se levantó sobre un entramado de madera de 
teca originaria de la India que impide las filtraciones de agua que producirían las subidas del río. 
La casa tiene tres niveles (uno subterráneo) y en el intermedio nace un túnel que comunica con el río y con la casa de enfrente. Su finalidad es completamente desconocida.
 Fuente: Página 12 - Julián Varsavsky