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domingo, 1 de marzo de 2009

El descontrol de la movida bolichera en San Miguel y el municipio que mira hacia otro lado

Estamos camino a la cabecera de playa de una vía militar. Estamos en el gallito de hierro que es el ferrocarril General Urquiza, cuyas últimas ocho estaciones –de las 23 del total– evocan nombres castrenses. Llegando a la estación Ejército de los Andes es una noche tan oscura y diáfana que los raros aires de un fresquito de verano colman el vagón repleto de adolescentes. Adolescentes deseosos, vestidos para matar, bolicheros en carne viva, calientes. Estamos camino a San Miguel. “¿Cuando lleguemos me comprás un champán?”, pregunta Tatiana como una gatita de Porcel y acentuando su escote de 21 años a un muchachito alucinado. Vamos camino al final del primer trayecto del tren que se empuja a través de conexiones hasta el litoral misionero; vamos a la estación sanmiguelina de General Lemos, esa cabecera del servicio suburbano. En el trayecto, aquellos nombres de pólvora y aviación que llenan de orgullo el recuerdo popular: las paradas Sargento Barrufaldi, Capitán Lozano, Teniente Agneta. Venimos de Chacarita, donde comienza el periplo, y pasamos por los partidos de San Martín y Tres de Febrero, donde los hermanos Jakim, cual si fueran marineros, tienen una inmobiliaria en cada estación. Cuando comienzan los nombres del ejército, la mítica inmobiliaria fundada en Villa Devoto en el ’39, desaparece. Cambió la geografía, cambió el negocio. Ya aparece el Hurlingham Rugby Club, la garita del predio del ejército en Campo de Mayo. Aparece Walkiria, un negocio que comercia “atributos militares”; en la Lemos, la Asociación Mutual Malvinas Argentinas, que presta 100 pesos al soldado que “no llega a fin de mes”. Es el territorio que votó durante diez años a las formaciones políticas del carapintada Aldo Rico, hasta que en 2007 el candidato por el Frente para la Victoria, Joaquín de la Torre, ganó la elección. Desde noviembre último, Rico se convirtió en el presidente del Justicialismo en San Miguel. Las vueltas de la vía. Al vagón de las divinas suben cinco colimbas de la Escuela de Suboficiales Gral. Lemos, llenos de miradas hacia el piso, un tanto avergonzados, pero pispeando de a ratos, también con ganas de ganar.

Trescientos metros llanos. En San Miguel, cerca de la Lemos, están las tres calles más bolicheras del conurbano bonaerense, después de las de Quilmes. Las discos de la calle Tribulato. Los asientos del tren son de un verde pulcro, ensoñación del castigado trazado del Roca, el que llega a Constitución, el de las quemas de vagones. Acá, en esta viborita de coches marca Fiat, miles de jóvenes porteños, de San Martín, de Tres de Febrero, de Hurlingham, se suben para hacinarse en esos trescientos metros. Es un fenómeno parecido a una cancha llena, al recital desbordado. Hoy día llegan a San Miguel 40 mil jóvenes desde Morón, Ituzaingó, Merlo, Ramos Mejía y más. Hace 20 años, Tribulato –que al decir de un escritor amigo tiene nombre de cónsul romano: Tribulatus– no era ese bestial ayuntamiento de discos, pubs, karaokes y otras estridencias de juerga. Por entonces, sólo existía Nicanor, un complejo pionero. Más allá, cruzando la vía de ferrocarril San Martín, a unas 20 cuadras ya existía uno de los mitos bailables de la zona oeste, la disco Nanday, lugar de baqueanos cumbieros desde hace 35 años. A comienzos de los ’90, Ramos era la reina de la noche metropolitana. Entonces, ¿cómo fue que en poco más de una década, San Miguel, un distrito con vocación militar, devino en la flor y nata de la joda juvenil actual, la meca bonaerense de las agarradas a trompadas hasta desfigurarse las caras e incluso matarse; el embudo donde convergen tantos chicos que abren la boca y toman sus tragos hasta el coma alcohólico, hasta la muerte ¿Cómo es que la fiesta de los ’80 derivó en la ética y la estética del reviente? Estamos camino a la cabecera de playa del Partido de San Miguel. El tren para en la estación del general Lemos. Estamos en territorio de Aldo Rico, nuevo presidente del PJ del distrito desde noviembre. Estamos camino a entender cómo, cómo, cómo, la generación de argentin@s que nacieron desde fines de los ’80 están tan quemados. Y por qué se congregan en Tribulato. Hombres encajados en Fiorucci. “No es gente normal”, dice enojado el enfermero Pablo Nazabal, 29 años, que como todos los viernes está apostado con su ambulancia en la esquina de Tribulato y Dorrego. “Perdón, pero no es gente normal. El otro día, una piba de 17 años, embarazada, estaba re-pasada de merca y chupi. Y un amigo la abofeteaba pensando que le iba a hacer mejor.” La noche comienza a la hora de la cena, y pareciera que hay tres tandas. A las diez, novios y camaradas en grupo que van a picar algo, educaditos. A la 1, revoloteo por las calles, aglomeramiento en la puerta de los boliches, flirteos al paso. A partir de las 3 de la mañana, un aire espeso de borrachera que preanuncia la violencia. A partir de las 5, heridos de armas blancas y rostros desfigurados abrevan en la guardia del centenario hospital Larcade. “Hace tres semanas, 60 personas a las 6 de la mañana arrancaron de arrebato, rompieron las vidrieras y saquearon los negocios de la rotonda de la estación”, comenta el sargento Martín Sebastián Dotti, uno de los 40 policías que circundan los trescientos metros de Tribulato, sin contar la guardia de infantería y la canina. En el lugar trabajan en conjunto la Policía bonaerense y un refuerzo de patrullaje que es la PBA2, el antiguo Comando de Patrulla que fue modificado por el ex ministro de Seguridad León Arslanian, y del que Dotti es miembro. “Hace unos fines de semana, en la paralela, un pibe de 18 años empezó a tirarle a la policía de la nada. Estaba pasado de merca. Si tiraba en Tribulato era una masacre”. Desde que Santiago Veiga, subsecretario de seguridad de San Miguel, asumió su cargo hace seis meses, ya estaba instalada la Emergencia de Nocturnidad. Todos los fines de semana va a coordinar el accionar de los inspectores de la División Espectáculos Públicos con la policía. El operativo hizo que Tribulato se hiciera peatonal a través de vallados. Primero, los instalaron en las dos puntas de estos 300 metros, cacharon de armas y pidieron documentos a todo sospechoso de minoridad. La metodología abusaba de la legalidad, de modo que comenzaron a realizar operativos dentro de los boliches. El resultado fue el cierre del Complejo Coyote/Nicky Beach y la disco Gorilaz hace dos semanas, y del pub Harry y el restaurant La Leonera el fin de semana pasado. La multa es poco más de 7 mil pesos y el Decreto de Emergencia de Nocturnidad establece que a la tercera suspensión, se les quita la licencia. “Si cierran, por noche pierden 100 mil pesos. La voluntad política del intendente es mantener esta política. Después de mucho tiempo nos sentamos a dialogar. Este jueves llegamos a un acuerdo con los bolicheros para que paguen una cuadrilla de limpieza, diez baños químicos y veinte policías más.” En Tribulato ocurre un fenómeno que quizá sea único en Buenos Aires: hay bailantas para “gronchos” y discos electrónicas para “conchetos”. Cada una de las clases –después, el clivaje social se torna más sofisticado con las tribus– hablan recelosas de la otra, pero contrariamente a lo que los esquemas mentales añejos podrían suponer, esta pura mezcla no alcanza para entender el origen de la violencia entre los chicos-no-tan-chicos. “En Kushen, que es re careta, como nosotras, se agarraron los rugbiers de Regatas de Bella Vista y Cuba”, dice una chica de 16 años con la papa en la boca. Y no termina de hablar que un chico le come la boca y la papa de la boca con un chupón envidiable.

El bolsillo del meta guacha. “Aunque parezca mentira, el negocio de los boliches se hace con el negro que labura”, aventura Adrián Díaz, conocido como Teté, el fotógrafo de Nanday durante dos décadas. “En San Miguel, hay dos tipos de clientes: el habitué y el que tiene auto, es de otro lado y no está identificado con el lugar. Nanday tiene de los primeros. Son laburantes, tienen pocas pertenencias y necesitan gastar para sentirse alguien”, ensaya una antropóloga tan cínica como amorosa. “En la barra ves pibes que pelan un celular de 1.000 pesos para levantarse a una mina, aunque nunca les dio para comprarse un auto”. En todos los boliches de la Tribulato, hay carteles luminosos de empresas de bebidas alcohólicas. Nanday tiene de Quilmes y Speed. Cada cartel equivale por fin de semana –en el primer caso– a 60 botellas de cerveza gratis. “El negocio es la barra –ilustra Díaz–. Una botella de Gancia vale $ 8 y rinde $ 60.” El ingreso de la entrada de los boliches va a parar a las arcas de Capif, Sadaic y la Municipalidad. Según el secretario municipal de Ordenamiento Urbano, Alberto Martínez Alonso, en el 2008 la tasa de tributación fiscal aumentó un 300 por ciento. “Antes se fiscalizaba el ingreso al boliche con un inspector en el puerto y su cuenta-ganado. Éste sistema dependía demasiado del inspector. El actual depende del factor ocupacional: se cobra casi un 20 por ciento. Si entran a la caja 1.000 pesos en un espectáculo público, es decir por día, el boliche deberá pagar al municipio alrededor de 200 pesos.” Uno de los lugares canónicos para los pibes del bajofondo es Nodo Disco, una bailanta que antes, cuando se llamaba Plaza Bonita, fue clausurada diez veces porque –dicen las lenguas filosas– atrás vivía una jueza. La compró Diego Falco, dueño de Poco Loco y del club de recitales XLR. Falco también es dueño de una de las empresas de sonido más importantes del mercado, Falco Bros. Y no sólo: “Le hace el sonido al Concejo Deliberante de San Miguel”, dijo una fuente que pidió reserva. En el Nodo, los chicos de la Tribulato comentan que todos los fines de semana se arman bataholas adentro del boliche, lo que constituye una singularidad: las batallas campales son en la calle. A fines de agosto pasado, una gresca callejera dejó en el cementerio a Víctor Hugo Pajón, un pibe de 21 años masacrado a golpes por una horda de chicos alcoholizados. Otro caso famoso fue el del hijo del ex intendente riquista Oscar Zilocchi, Nicolás, que en junio de 2005 molió a palos junto a 19 amigos a Sebastián Torrás. Esa noche, Zilocchi Jr. desapareció. Hasta ahora está “desaparecido” –pero de una calidad diferente: está vivo, oculto–, mientras que Torrás hundió su cuerpo en el barro de la muerte. El padre siguió siendo intendente hasta la victoria de De La Torre ¿También formará parte del PJ ahora? “La violencia explotó en 2007 –explica el cirujano Gustavo Pazos, de la guardia del hospital Larcade, antes de una operación– El número de heridos de bala y de arma blanca viene creciendo. Es más, de hace dos años a hoy, las heridas están más cerca de las zonas mortales. La gente está aprendiendo a usar las armas. Por eso se explica lo de la muerte del policía en la villa Maipú.” ¿Por qué los pibes que rondan los 20 años se “revientan” con alcohol, trompadas y facazos? ¿Por qué en la calle Tribulato? San Miguel se intoxicó. Pero no es el tema San Miguel.

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