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sábado, 10 de enero de 2009

A sólo 30 minutos de Buenos Aires se encuentra el delta del Tigre, la gran reserva natural del Gran Buenos Aires.

El delta del Tigre es un clásico a sólo una hora de la Ciudad de Buenos Aires, presenta una oferta de paseos, que incluyen hospedaje y comida. Al navegar sus ríos y canales la magia se descubre en cantidad de islas de colorida vegetación combinadas con una excelente infraestructura hotelera y recreativa, transformando los días en el Delta en un recuerdo inolvidable.

El delta del Tigre es un clásico a sólo una hora de la Ciudad de Buenos Aires, presenta una oferta de paseos, que incluyen hospedaje y comida. Al navegar sus ríos y canales la magia se descubre en cantidad de islas de colorida vegetación combinadas con una excelente infraestructura hotelera y recreativa, transformando los días en el Delta en un recuerdo inolvidable. Hubo un tiempo en que el inmenso Delta del Tigre fue un gran núcleo productor fruti hortícola. Las quintas rebosantes de verduras y frutas y cada quintero con su lancha transportaba su mercadería hasta el continente. Cestos de mimbre cargados de tomates hoy son casi historia en el puerto de frutos, transformado en un centro turístico que recibe miles de visitantes por día. Aquí se revive el pasado, siendo una ciudad con 400 años de historia, dejando testimonio en sus museos o en las fachadas de mansiones de la Belle Epoque. El Tigre de hoy, tiene su parque de diversiones, restaurantes, reconocidas plazas y plazoletas. El asombro es constante, ante el paso de pintorescas lanchas particulares, colectivas y taxis, barcos, catamaranes, almaceneras y las que transportan el correo, combustible, los alumnos a las escuelas, el banco flotantes, y todo lo necesario para la vida en las islas, siempre con la hermosura de estas tierras bañadas por un río dorado que transforma la materia en vida.

El museo del tigre

En 1910 comenzó la construcción de este Museo, bajo la dirección y proyecto de la firma Dubois y Pater. El Tigre Club fue construido en 1910 en el Paseo Victoria 972. Ese mismo año recibió la visita de importantes personalidades argentinas y extranjeras, que asistían a los festejos organizados por el centenario de la Revolución de Mayo. El Casino sería habilitado en 1927. Sus principales financistas fueron Ernesto Tornquist, Luis García y Emilio Mitre. El edificio de dos plantas, abunda en columnas dóricas simples, semi columnas, pilastras, arquerías, y motivos ornamentales de palmetas, guirnaldas de flores, hojas de laurel (emblema de la gloria) y de encina (emblema de la fuerza). El poeta Rubén Darío, quien escribió allí su poema "Divagaciones", el presidente Julio Argentino Roca y la Infanta Isabel fueron algunos de sus ilustres visitantes. En 1912 se inauguró su casino y pronto se transformó en uno de los principales centros de recreación del país. El casino funcionaba de diciembre a marzo y disponía de veinticinco mesas de ruleta y punto y banca (las primeras del país). Fue cerrado en 1933 por decisión judicial y pronto se abrió el Casino de Mar del Plata. El edificio del Tigre Club es de estilo renacentista, con escaleras de mármol de Carrara, espejos venecianos y columnas de base de bronce y la parte superior estucadas (masa de yeso y cola). El techo de su salón principal está decorado con un fresco del artista español Julio Vila y Prades. Cuenta además con un arco que nace en su entrada principal, cruza el Paseo Victorica y finaliza en una glorieta sobre la orilla del río Luján. Al lado del Tigre Club funcionaba el Tigre Hotel, otro edificio de gran calidad arquitectónica. Mucha gente suele confundirlos, aunque el Tigre Hotel fue demolido en 1942. El proyecto por recuperar el Tigre Club y transformarlo en un museo nació en 1990, por iniciativa del entonces intendente Ricardo Ubieto. Aunque entre 1983 y 1997 funcionó allí el Concejo Deliberante, décadas de abandono y uso inapropiado dejaron al edificio casi en ruinas. El arquitecto Guillermo Zwanck fue quien coordinó las obras de remodelación, en un proyecto dirigido por el también arquitecto Hugo Maciñeiras.

La casa de cristal de Sarmiento

Sarmiento conoció el Delta mientras hacía una inspección de la zona como jefe del Departamento de Escuelas, y quedó tan maravillado con lo que allí vio, que decidió organizar un viaje de exploración para incitar a los ciudadanos de Buenos Aires a poblar las maravillosas islas, ríos y arroyos. Esto ocurrió alrededor de 1850. Desde pequeño, el Delta lo inquietaba. Sus mapas y pinturas le hacían acordar al famoso río Nilo y a los canales de Venecia, que tuvo la suerte de conocer durante sus viajes. La lectura del excelente libro de Marcos Sastre, llamado “El Tempe Argentino” (editado por primera vez en 1858) fue lo que le faltaba para decidirse. En 1860, Sarmiento ya tenía su casa en el Delta. Dicen los libros de historia que tomó posesión de su isla disparando al aire simbólicos tiros con su arma de fuego, como hacían los conquistadores estadounidenses a medida que expulsaban a los indios de su territorio. La llamo "Prócida" por la pequeña isla que se encuentra frente a la ciudad italiana de Nápoles, en el sur de Italia, y construyó dentro de su isla un hermoso puente al que bautizó igual al de la ciudad de Venecia, "Rialto". La casa es una pequeña construcción de madera con techo de tejas. Según los historiadores de la casa, entre los que se encuentran María del Carmen Magaz y María Beatriz Arévalo, la planta baja era libre, mientras que la planta alta era donde se encontraba la única habitación que posee la casa. Las paredes, construidas con tablas prefabricadas, nos dan la idea de que se trata de una arquitectura mucho más elaborada de lo que pueda imaginarse a simple vista. El mismo Sarmiento, luego de casi treinta años de vivir en el delta, seguía insistiendo en la lógica de las casas de madera. "Ni piedra ni ladrillos" sintetiza en un artículo titulado "Arquitectura y paisajes isleños" (1885) publicado en uno de los diarios más importantes del momento de la ciudad de Buenos Aires. "En el Delta, el sauce es el material ideal para la construcción. La novedad introducida en las islas es la casita de madera, la arquitectura americana. Un progreso que deseáramos ver introducido a lo largo de todo nuestro país", afirmaba. Sin embargo, los lujos de la arquitectura europea también llegaron al Delta y le impregnaron el toque de romanticismo y glamour que poco tiene la funcionalidad americana. Sarmiento murió en 1895. Carlos Delcasse adquirió la casa y luego la donó a una institución de bien público, que a su vez la donó al Consejo Nacional de Educación. En 1966, un decreto del Presidente Illía la declaró como Monumento Histórico Nacional y, gracias a ello, hoy se conserva parecida al resto de las casas madereras del delta. Aunque no hay que olvidar que todas vinieron después de la de Sarmiento.

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