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miércoles, 10 de diciembre de 2008

HISTORIA SECRETA DE UN GRUPO DE DESCONOCIDOS QUE SUEÑA CON SU PRIMERA VUELTA OLIMPICA

Tigre no tiene futbolistas de sueldos europeos. No cuenta con cracks de Selección. No puede competir (en términos de presupuesto) con los equipos grandes. Pero está ahí, en lo más alto del Apertura, a 90 minutos del final o del eventual desempate por el título. Es la historia de una de las revelaciones más grandes de la historia del fútbol argentino. Con protagonistas que recién ahora le están escapando a la sombra del anonimato. Como si a aquellos actores de reparto hoy los convocaran para posar en el afiche de los consagrados...

Juan Carlos Blengio nació en San Fernando, cerca de la cancha de Tigre. Se formó en aquellas inferiores que no ofrecían mucho futuro. Conoció los dolores de luchar por no descender a la C, Padeció como hincha y como jugador. Ahora en el mismo campo de juego corre durante la primera práctica de la semana más importante de los 106 años del club de su corazón. A Blengio le dicen Chimi desde aquellos primeros pasos por las calles de Victoria. Este presente, claro, no es una ocasión más para él. Sabe --y lo dice-- que se juega una oportunidad enorme: ser el capitán del primer plantel campeón en la historia de los Matadores. Su historia tiene mucho que ver con la de este Tigre: es un retrato del esfuerzo, de un crecimiento metódico, de una búsqueda constante. Diego Castaño llegó a Tigre abrazado a una casualidad. Ezequiel Melaraña, hoy vicepresidente, había ido hasta Lincoln a ver un partido de la Liga local en el que jugaba un recomendado: un hermano de Rolando Schiavi. Pero ahí, en el mediocampo de Rivadavia un flaco alto era un tributo al centrojás. Se asombró él y todos los que lo acompañaban. En breve estaba jugando con Tigre en la Primera B. Hoy escucha elogios a una semana de su primera chance de dar la vuelta olímpica en la A. "Eran tiempos en los que teníamos que ser muy cuidadosos: el presupuesto no alcanzaba para contratar figuras. Había que buscar jugadores que no fueran tan conocidos", evoca Melaraña. Hay más asombros en el plantel de los asombros: Daniel Islas, uno de los mejores arqueros de este 2008, arribó a Tigre recomendado por Diego Cagna, quien lo conocía de su paso por Independiente. Atajaba en un Huracán de Tres Arroyos en pleno declive. Pablo Fontanello era siempre un rival bravo en el juego aéreo, en la zaga central de Deportivo Español. También lo contrataron. Martín Morel --esa aparición con inminente futuro de Selección-- jugaba por lo que le podían pagar en Sportivo Las Parejas, en el remoto Argentino B. Y tuvo que esperar: en la B Nacional, el titular era Lucas Wilchez. Leandro Lázzaro, goleador en el subcampeonato del Apertura 2007, le encuentra razones: "Tenemos los atributos de siempre: la actitud y el sacrificio". Rodolfo Arruabarrena sabe lo que significa jugar finales y ser campeón. Y ahora, con la legitimidad de su experiencia, dice: "Sabemos que podemos quedar en la historia del club. Si nos quieren quitar eso van a tener que correr y meter mucho más que nosotros..." Lo que dice se parece a un mandato. Cada compañero lo reitera. Todos lucen convencidos. Lo sostiene Carlos Luna, aquel goleador en tiempos de la Primera B ahora reciclado como figura decisiva. Lo manifiesta Matías Giménez, quien supo tomarse más de un colectivo para llegar a esta cancha que el domingo será escenario, quizá, del día más importante en más de un siglo. Eso es también Tigre: un fervor hecho sueño.

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