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lunes, 8 de diciembre de 2008

CENTRAL 2 - TIGRE 3. Tigre: la vida es sueño

El título es posible para Cagna y compañía. A los once minutos perdía 2-0 en Rosario, pero con goles de Luna (2) y de Lazzaro dio vuelta la historia y se subió a la punta. Y ahora se esperanza con un desempate. Sergio Massa lo vio desde la popular con la hinchada.

Cumplió, Tigre. Le hizo un guiño a sus ilusiones, a las expectativas, al juego, a su gente. Tenía que ganar y ganó, respetando su idiosincrasia. Y engrandeciendo este presente que lo encuentra en el mejor lugar de toda su historia. Cumplió porque sustentó este indiscutible éxito en su sólido y afianzado funcionamiento. En esa indudable personalidad para imponer ese taca- taca cadencioso en cualquier lugar de la cancha o la maniobra punzante. No aporta ni brillos ni lujos el equipo de Diego Cagna. Ni le sobra talento o riquezas individuales. Ni siquiera asombra o ilumina, pero hay que sacarse el sombrero por su simplicidad y eficacia. La categoría que exhibe. Y hace de la solidaridad una bandera. Y ahí anda. Está a tres puntos de un desempate por el título de campeón. Sería el mejor cierre, al cabo, de un gran año y medio en Primera. Se lo merece, aunque todavía le queda una faena de noventa minutos y pico. Hay razones de peso para entender este triunfo trascendente. Porque Tigre estaba 2 a 0 abajo en un ratito. Sorpresivamente. Y sin embargo se recompuso. Es decir, nunca cambió su forma ni el método que lo distingue. Central arrancó bien, con ambiciones, encendiendo esperanzas. Y ubicó rápido la fórmula para llegar a la red vía Caraglio y el Equi González. Pero ya desde ahí se notó la abismal diferencia que existe entre un equipo seguro y otro endeble. Porque Central nunca se agrandó; al contrario, se tiró para atrás a pesar de las indicaciones de su entrenador. Y porque Castaño no se descontroló y manejó la pelota como si fuesen iguales en el marcador, bien secundado por Rusculleda, Matías Gimenez y Morel. Dio un recital ese flaco desgarbado. Y todo Tigre giró a su alrededor. Toque para un lado, toque para el otro, habilitaciones largas, apariciones en el área rival. Y así llegaron las posibilidades para convertir. Elaboró dos netas y Central se asustó. El equipo local dispone de jugadores que no deben ser menos que otros, pero son distraídos, inseguros, casos Martín García, Boggino, Paglialunga o Núñez. Siempre estuvieron un tiempo atrás para arrancar, para marcar, para desplegarse. No le alcanza con el fervor de Zarif. Y encima a su bastonero, Ezequiel González, el único que desequilibra, las energías le alcanzan para cuarenta y cinco minutos y poquito más. El resto carece de capacidades anímicas. Y así, en dos maniobras, Luna puso el marcador empatado. Un dato refleja las distintas actualidades espirituales, que están por encima de sistemas y de tácticas. Y que certificó las tendencias iniciales. Núñez tuvo una oportunidad inmejorable para terminar el primer tiempo 3 a 2 a favor y la despilfarró por apurado, por falta de oficio. Ese oficio y olfato que le sobró a Lazzaro para perfilarse y resolver el pleito cerca del final. Esa no fue la única distancia anímica. Porque Tigre, con aciertos y con defectos debilidades defensivas que denunciaron Jérez y Arruabarrena, y también por el medio exhibió una identidad para jugar la pelota, pasársela sin urgencias, apostar al pase largo o buscar el contraataque con astucia. A Central parece que el apoyo multitudinario de su gente lo achica. Es un conjunto frágil, al que se lo puede arrear sin problemas en su propia cancha. Alfaro va a necesitar de cien infladores psicológicos para enderezar este plantel y debe acertar, además, en las incorporaciones, caso contrario sólo un milagro lo salvará de penar con el promedio. Por eso fue previsible el resultado final. Fue cuestión de tiempo. Y eso que Islas desvió dos disparos complicados de Zarif y de Zelaya lanzados desde lejos. Pero en la cancha se apreció que Tigre podía acertar el tercero por el volumen de su desenvolvimiento. Porque estaba convencido de lo que hacía. Eso, convencido. Lo de Central fue una auténtica quimera: buscó con intentos forzados en función colectiva. Entregó una muestra gratis de inexperiencia. Y carece de un líder que pueda darle ánimo al resto. Esta vez mejoró Franzoia, pero no tuvo socios. Lo raro es que el entrenador no lo pueda ordenar definitivamente. Por más que grite, sus dirigidos no se tienen fe, ni confianza. Nada. Tigre desfiló por Rosario. Y convalidó su imagen con sus armas tradicionales: prolijidad, confianza, inteligencia, estilo. En desventaja o en ventaja. Sufriendo o disfrutando, manejó el partido, incluso cuando la agobiante temperatura lo empujó a quedarse más cerca de Islas que de Broun. Tigre está en la punta por derecho propio. Ofreció otra lección simple y contundente de cómo y para qué se juega, imponiendo la vieja idea de respetar y querer la pelota. Vale Tigre, vale.

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