TIGRE 1 - ARGENTINOS 0. Hasta Victoria, siempre

El Matador volvió a ganar de local luego de cuatro partidos y se despidió de su estadio con un triunfo que aún le permite soñar con la Sudamericana. Campañón, señores. El primero le salió defectuoso. Acaso lo había hecho pesado, demasiado ancho, y el vuelo fue corto, estrepitoso, tristemente veloz. "¿No tenés nada que hacer, no, Altobelli?", le gritó un empleado de Tigre al delantero que ayer ni se concentró, el pibe que anoche se divertía en la platea haciendo avioncitos de papel con sus compañeros de Reserva. Del partido ya se había visto un fastidioso primer tiempo, y recién después de algunos minutos le salió, al fin, el mejor de la flota: un avioncito despegó con el vuelo seguro, ganador, casi igual que este Tigre que arrancó para fregar pisos en la temporada y anoche llegó a los 56 puntos, un Tigre que le ganó bien a Argentinos y aún está habilitado a desvelarse por la Copa. Más de 15.000 hinchas del Matador le ganaron al frío de la noche y saludaron con su voz de fuego a un equipo que llegó adonde sólo un delirante podía soñar. Habría que convenir, sin embargo, que el equipo de Cagna ganó con poco. Salvado al comienzo de un cabezazo de Cabrera que pegó en un ángulo, el local jugó como aquí se ve a los colombianos: lentos, con pases cortos, como desacelerados, ganadores de una paciencia que a veces harta, Román, Castaño, Rusculleda y Galmarini administraron más de lo que decidieron. Pero se escribió ganadores, y no portadores, porque Tigre sabe, o parece que sabe, que en algún momento gritará. Se puso 1-0 con el derechazo de Galmarini, y así continuó, tocando, buscando, esperando, hasta que Argentinos se resquebrajó en el segundo tiempo y entonces, sí, la historia ya fue más digna de ser vista. A Ereros y Prato (luego Suárez y Diz) les faltó decisión, definición, para no hacer lo que hicieron: desdeñar con patadurismo los pases de Rusculleda y el augusto Román. Tantas veces golpeado de visitante, Argentinos se paró más adelante, quiso, intentó, presionó, pero a Delorte le rebotaron todas, Hauche no metió una gambeta, Cabrera y Alvaro no llegaron al fondo, Peñalba la pedía y la tenía y la pisaba pero nunca nadie se le acercaba, y luego, encima, Islas: el arquero le abortó un cabezazo a Cabrera, otro a Delorte y un bombazo a Peñalba, y ya en el final vio cómo Fontanelo y Leyes se reían de los centros de la desesperación. El grito, la sentencia, ya se había escuchado.