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miércoles, 5 de diciembre de 2007

Una aventura en kayak por el Delta

Expertos remeros y principiantes pueden compartir una fascinante travesía de 4 horas por ríos y arroyos. Patricio Redman alza la voz: "No se apuren: la idea es que navegar en kayak sea como caminar de forma aeróbica; esto no es una carrera, tiene que ser puro disfrute". El instructor está ubicado en el último cuerpo de un kayak de tres -es de los diseños más estables, fabricados en el país especialmente para principiantes-, mientras terminamos de cruzar el río Lujan, en Tigre, y dejamos atrás las últimas olas que provocaron el paso de un par de lanchas colectivas y algún catamarán grande, para internarnos en la paz del arroyo Fulminante. Es una mañana de sábado y el sol que se proyecta sobre el agua amarronada y por momentos color ladrillo produce claroscuros entre las ramas y las hojas de ceibos, casuarinas y cipreses calvos. Perlas de luz y de agua se forman en el interior de esa especie de túnel que forma el ramaje mojado de los sauces recostado sobre el río, que nos roza la piel. A los lados, sobre el agua, cortaderas y juncales. Patricio tiene razón: una vez que nos internamos en los arroyos y le tomamos un poco la mano a las palas -ahora entramos en el arroyo Gambado y los ruidos de las lanchas casi desaparecen-, vamos disfrutando más del paisaje del Delta profundo: esas islas silenciosas, dominadas por un entretejido de vegetal que se retroalimenta incansablemente. La paz inunda los sentidos y los pulmones parecen llenarse de aire puro; hasta las bogas y las viejas de agua saltan a la superficie para saludarnos y sólo llegamos a cruzarnos con embarcaciones pequeñas -en general, impulsadas a remo-, desde las que todos saludan con una sonrisa. Es que internarse en el Delta transmite eso: ganas de vivir y compartir.

Casas antiguas y modernas
La fila india de unas diez embarcaciones continúa su marcha por el canal Rompani, donde las aguas se angostan. Tenemos que bajar el nivel de remada, hacer paladas de detención en algunos casos porque nos juntamos demasiado y hay peligro de colisionar. Podemos ver mejor las antiguas construcciones de este sitio maravilloso, a media hora de auto desde la ciudad de Buenos Aires, muchas de estilo inglés, bien conservadas, con sus parques adornados con canteros de hortensias y viejos muelles de madera, mezcladas con las más edificaciones modernas, de líneas más rectas y definidas. Todos podemos sentir el sonido del silencio, sólo interrumpido por el piar de los pájaros y la música del agua que surcamos. Ahora entramos en el tramo final de este paseo tan emocionante como mudo; tanto es así que, después de atravesar unos cuantos cientos de metros el arroyo Abravieja y atravesar el puente de madera y llegar al recreo El Carajo, una vez en tierra firme, todos permanecemos en un silencio casi religioso, sólo interrumpido cuando nos traen café con leche con torta. El contingente lo integran desde veinteañeros a gente de más de 60 años: sólo es condición necesaria para hacer el recorrido tener un estado saludable. Luego de un descanso de unas prácticas específicas en el agua, regresamos tras colocarnos protección solar, ya que es mediodía. Estoy contento de volver a ese silencio sónico, a esa naturaleza que enseña y emociona.

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